Los bosques son sistemas naturales auto- sustentados, longevos y de una complejidad infinita. Las plantaciones son ‘artefactos’: ecosistemas artificiales simples – mono-específicos o constituidos por clones de un sólo ejemplar, y mono-etáreos, es decir, todos los árboles son de la misma edad, ya que son plantados en un lapso de tiempo muy acotado-, creados, y luego manejados por el ser humano durante su corta existencia.
Autor: Juan Pablo Orrego S.
En 2006 asistimos al seminario “Plantaciones Forestales y Bosque Nativo” organizado por el Centro de Estudios Públicos, convocado por Eliodoro Matte y Douglas Tompkins. En ese encuentro, varios de los panelistas relacionados con el sector “forestal” -de las plantaciones de pinos y eucaliptus-, en particular Fernando Raga, en ese momento vicepresidente de la Corporación Chilena de la Madera (CORMA), considerado su ideólogo, fueron muy insistentes con la idea que en términos de las diferencias ecosistémicas entre bosques y plantaciones sólo existe un ‘gradiente’, concepto en torno al cual reflexionamos a continuación.
Sabemos que no existe discontinuidad entre los ecosistemas del planeta Tierra, dado que de innumerables maneras todos ellos están íntimamente interconectados e interrelacionados -empezando por compartir el mismo aire y las mismas aguas-, y que en su conjunto conforman el macro-ecosistema biosfera. Este, a su vez, tampoco termina ahí, ya que es parte de un ‘eco-sistema’ mucho mayor, constituido por nuestro sistema solar, centrado en el Sol, fuente de toda la vida en el planeta Tierra, a pesar de estar localizado aproximadamente a 150 millones de kilómetros de distancia de nosotros.Por lo tanto, en términos estrictos, los ecosistemas terrestres no tienen una existencia acotada real, son unidades abstractas visualizadas por nosotros con fines analíticos.
En este sentido es verdad que entre bosques y plantaciones no hay una ‘discontinuidad’ neta, y que se puede hablar de la existencia de un gradiente ecosistémico entre ellos. El punto es que el sector maderero abusa del concepto para instalar la idea que ambos ecosistemas no son significativamente diferentes entre sí.
Ante esto, es fundamental aclarar que, en todo caso, los bosques primarios y las plantaciones, en términos ecológicos, se ubicarían en los extremos polares del gradiente planteado. En efecto, los bosques son sistemas naturales auto-sustentados, longevos y de una complejidad infinita. Las plantaciones son ‘artefactos’: ecosistemas artificiales simples -mono-específicos o constituidos por clones de un sólo ejemplar, y mono-etáreos, es decir, todos los árboles son de la misma edad, ya que son plantados en un lapso de tiempo muy acotado-, creados, y luego manejados por el ser humano durante su corta existencia.
Las diferencias entre ambos ecosistemas son demasiado numerosas y profundas. Descartarlas livianamente es ‘ideológico’. Si queremos aprender, tanto sobre los bosques, como sobre las plantaciones no podemos permitirnos la confusión que crea la idea del gradiente al ser conceptualizada en forma irreflexiva, levantando una interesada racionalización para defender las plantaciones.
Una fundamental diferencia entre ambos ecosistemas es la homeostasis -equilibrio dinámico- que puede alcanzar un bosque primario, templado o tropical, prácticamente a perpetuidad, sustentada en la alta diversidad y complejidad de la comunidad biótica que lo constituye.
Estos ecosistemas ‘maduros’ se caracterizan por tener una rica trama de productores -plantas y otros organismos fotosintéticos- que sustentan varios niveles de consumidores -herbívoros, carnívoros, omnívoros y organismos descomponedores (microorganismos y hongos)- en la cadena trófica; cada nivel conformado por muchas especies con números relativamente no tan altos de individuos, si se los compara con ecosistemas sucesionales, es decir en proceso de desarrollo, o los artificiales, como los agrícolas.
Por ejemplo, los expertos estiman que la selva tropical lluviosa, que constituye el cinturón boscoso ecuatorial del planeta Tierra, tiene una continuidad temporal de unos 60 millones de años, es decir, ha mantenido básicamente la misma estructura durante todo este período, hasta hace sólo unas décadas, cuando el homo no-sapiens comenzó a destruirlo en forma sistemática, haciendo caso omiso de las vitales funciones que este ecosistema le brinda -¿brindaba?- a la biosfera, incluyendo a la humanidad.
Estas notables homeostasis son, justamente, resilientes, es decir, les permiten a los ecosistemas, y a macro-ecosistemas como este cinturón tropical lluvioso del planeta Tierra, resistir, y recuperarse de perturbaciones severas tales como incendios, sequías, pestes… y todo esto sin ninguna intervención humana. Este sí que es un ejemplo de sustentabilidad, y cabe hacer notar que sólo la naturaleza en este planeta parece lograrla, si es que la dejamos.
Por el contrario, una plantación necesita ser constantemente monitoreada, manejada, podada y fumigada, para que, luego de unos quince años, sea cosechada por tala rasa toda su producción neta, con lo cual, de hecho, se está impidiendo el proceso natural de sucesión ecológica, manteniendo artificialmente el ecosistema en una fase sucesional juvenil, aparte de mono-específica y mono-etárea.
Los ecosistemas degradados tienen una cadena trófica truncada, con menos niveles; cada nivel conformado por pocas especies con gran cantidad de individuos. Los ecosistemas agrícolas son casos especiales, que entregan una cosecha de producción neta mayor que lo normal para los herbívoros, así como para el ser humano, y los animales que proveen carne a los humanos… carnívoros.
Eso sí, la ilusoria estabilidad de estos ecosistemas artificiales es mantenida con el constante aporte, a través de manos humanas, de energía en la forma de prácticas de cultivo, limpias de terrenos, raleo, poda, etc., e insumos tales como pesticidas y fertilizantes. De hecho, la mejor prueba de la realidad ecológica de la sucesión es que una plantación abandonada a su suerte por el ser humano volverá a comenzar su búsqueda de complejidad y diversidad, y con el paso del tiempo irá siendo ‘invadida’ por la naturaleza, para transformarse, eventualmente -puede tomar muchas décadas-, en un ecosistema natural homeostático.
Y respecto al uso de la energía, un tema imposible más álgido hoy en día, los ecosistemas maduros, tales como los bosques primarios, también pueden darnos una tremenda y vital lección, si es que estamos dispuestos a recibirla y aplicarla a nuestros modelos de desarrollo. Es notable que en términos energéticos los bosques maduros, así como otros ecosistemas similares no boscosos -humedales, praderas-, constituyan los sistemas más eficientes de la biosfera. Es decir, en ellos una menor cantidad de energía fluye por unidad de biomasa; dicho en otras palabras, menos energía es necesaria para mantener la estructura y organización del ecosistema.
Como decíamos, los bosques íntegros sustentan varios niveles de consumidores en su cadena trófica, y se ha comprobado que, en forma estable, entre el 10 al 20 por ciento de la energía de cada nivel trófico fluye al siguiente. La compleja estructura ecosistémica regula el tamaño de las poblaciones de las distintas especies de productores y consumidores que lo conforman, manteniéndose el mismo patrón de distribución de la energía en el sistema año a año.
Los expertos han comprobado que los ecosistemas maduros representan el modo más eficiente de utilizar los recursos de un lugar para el mantenimiento de una compleja y diversa trama de vida en armonía con los ecosistemas aledaños. Estos son, por supuesto, los ecosistemas que han predominado durante los últimos milenios en el planeta Tierra, sustentando la actual biosfera junto a la cual la ‘raza humana’ ha co-evolucionado. Este complejo macroecosistema ha devenido literalmente -atómica y molecularmente- en nuestro propio cuerpo extendido, que paradójicamente estamos desmantelando a nuestro propio riesgo.
Incomprensiblemente nos hemos trasformado en un agente entrópico neto para la biosfera, generando un encadenamiento a gran escala de efectos negativos para la trama de la vida, que cada día que pasa se hacen más evidentes. La masiva miseria y sufrimiento de los seres humanos es tan sólo una de las consecuencias de este extraño fenómeno natural del cual somos actualmente el actor principal, y que puede llegar a ser equivalente, en forma diferida en el tiempo, al impacto del asteroide que hace 66 millones de años aniquiló casi completamente la biosfera anterior, dinosaurios incluidos. Esta extinción masiva de la vida, sin embargo, permitió el surgimiento de los mamíferos, entre ellos los humanos, así es que estos dramáticos ‘descansos termodinámicos’ de la biosfera también pueden ser percibidos como oportunidades para renacimientos y renovaciones.
Otras diferencias entre los ecosistemas primarios, maduros o clímax, y los artificiales, también son muy importantes y tienen que ver justamente con la sinergia que generan los primeros y la entropía que generan los segundos. En este sentido, llama la atención que en el seminario del CEP los forestales chilenos hicieran prácticamente nula mención de las funciones ecológicas o ecosistémicas de los bosques, lo que justamente permite crear la ilusión que éstos y las plantaciones son ecosistemas muy cercanos en esta supuestamente estrecha ‘gradiente ecosistémica’ planteada contumazmente por el sector.
Las funciones ecosistémicas de los bosques primarios abarcan desde el sutil efecto mecánico de las hojas de los árboles que disgregan las gotas de lluvia para morigerar la erosión hídrica de los suelos, a funciones tan fundamentales para toda la biosfera, tales como:
a) fotosíntesis, realizada exclusivamente por plantas y fotoplancton, única vía de ingreso de la energía solar a todo el sistema biosfera o ecósfera; literalmente les debemos la vida a estos seres ‘solares’. Es muy obvio que debiéramos cultivarlos en vez de destruirlos si queremos que la humanidad sobreviva, y viva bien.
b) regulación de gases atmosféricos, emisión de oxígeno atmosférico (50% de origen vegetal); sumidero de dióxido de carbono (50% absorbido por el mismo), gas vital, regulador de la temperatura global, transformado en gas de ‘efecto invernadero’ por el exceso de emisiones de origen antropogénico;
c) regulación de la temperatura superficial del planeta (efecto albedo -reflexión- de las hojas de los vegetales, y de las nubes formadas por la evapotranspiración a través de las plantas), y regulación del sistema climático del planeta en general por absorción -sumidero- de CO2 (50% vegetales, 50% fotoplancton);
d) regulación de los ciclos hidrológicos; el corto (continental) y el largo (atmosférico);
e) creación de infinitos nichos o hábitats para infinitas formas de vida; lo que incluye la producción de innumerables materiales, tales como la madera, así como alimentos como semillas, frutos, hongos, y substancias medicinales, productos que son utilizados por la mayor parte de las especies de los cinco reinos, de muy diversas maneras.
f) la generación y retención de suelos fértiles;
g) la protección de especies y ecosistemas ante fenómenos naturales de alta intensidad, como tsunamis, marejadas, vientos huracanados, tormentas de lluvia, aluviones;
h) el despliegue de belleza escénica, con importantes connotaciones en los ámbitos de la cultura, de la espiritualidad, de la calidad de vida de los seres humanos, de la recreación, y el turismo, entre otros. La diferencia estética entre un bosque nativo primario y una plantación es abismante.
Los bosques, por lo tanto, son ecosistemas sinérgicos, no solamente para sí mismos y toda la biodiversidad que albergan sino para toda la biosfera. En otras palabras, son ecosistemas que sólo entregan beneficios a los seres humanos y a todas las otras formas de vida que pueblan el planeta Tierra. No tienen absolutamente ningún impacto negativo o entrópico sobre el entorno biosférico.
En los hechos, más bien entorpecen la sinergia biosférica de muchas maneras. En general, las plantaciones son ecosistemas entrópicos: consumen sinergia del entorno y demandan insumos (petroquímicos) que dejan una profunda huella ecológica negativa, que abarca desde la extracción de estas materias primas, a su refinamiento y combustión.
La Corma, intereses creados de por medio, plantea que las plantaciones tienen impactos positivos, tales como la creación de hábitats para otra vida silvestre, protección de suelos, mejoramiento del paisaje, y otros. Sin embargo, para poder afirmar esto, en primer lugar, se soslaya el hecho que estas plantaciones no permanecen en el tiempo; de hecho, su tiempo de residencia -15-20 años- en escala temporal geológica simplemente no es, no existe, y, por lo tanto, los supuestos impactos positivos de las plantaciones durante su fase de crecimiento son sobrepasados con creces por los severos impactos negativos de la tala rasa final que destruye por completo el ecosistema artificial, impacto al que hay que sumar todos aquellos producidos por las maquinarias utilizadas para tal efecto; la construcción de caminos, el arrastre de los troncos; la quema de combustibles y emisiones de camiones, grúas, motosierras, e incluso de los barcos que transportan las astillas o pulpa de celulosa a través de miles de kilómetros.
Lo mismo se puede decir respecto de la función de sumidero de carbono de las plantaciones que es contrarrestada también con creces por las emisiones de toda la maquinaria utilizada durante el manejo y tala de la plantación, pero sobre todo por las emisiones de las plantas de celulosa, que además producen efluentes que provocan gravísimos impactos ecosistémicos, incluyendo, por supuesto aquellos en la salud de los seres humanos.
Necesariamente hay que considerar los impactos ambientales negativos de la industria de la celulosa como una consecuencia de las plantaciones, o un impacto adicional de éstas, dado que esta controvertida industria es el propósito de las plantaciones; es obvio que las plantaciones no son un fin en sí mismas.
Necesitamos mirar con mucha mayor atención y profundidad las funciones ecosistémicas de los bosques, así como los impactos negativos de las plantaciones para que nuestra evaluación de ambos ecosistemas sea más ecuánime. Tal como estableció Gregory Bateson “las ausencias también son causas.”Es decir, en términos biosféricos, hay que sumar a los impactos concretos y muy visibles de las plantaciones la ausencia o desaparición de las funciones ecosistémicas de los bosques que en muchos casos podrían existir en los lugares ocupados por las plantaciones.
Las plantaciones son lo opuesto: no ofrecen estas funciones ecosistémicas y servicios ambientales, o, dicho de otro modo, dependiendo de las extensiones plantadas, de la escasa o nula diversidad de especies de la plantación, y de la forma de manejo de la misma, entregan estos servicios vitales en forma extremadamente limitada y temporal.
Es también mal intencionado comparar las plantaciones con ‘lo peor’, tal como hacen los ‘forestales’, es decir, compararlas con ecosistemas aún más degradados o aparentemente más simples. De hecho, muchos ecosistemas naturales, que pueden ser erróneamente percibidos como más simples, o más ‘vacíos’, tales como algunos humedales, o ecosistemas de climas fríos, o semi-áridos, e incluso áridos, ante una inspección más atenta revelan extraordinarias comunidades bióticas diseminadas, que también despliegan numerosas funciones ecosistémicas vitales para toda la biosfera que son invisibles ante una mirada superficial.
Debemos comparar las plantaciones con los mejores ejemplos de bosques primarios y aplicar ese diseño natural y esa lógica para minimizar los impactos negativos de las plantaciones. Además, debemos limitar en forma estricta las extensiones de las plantaciones y prohibir taxativamente la sustitución de bosques por éstas. Es más, por el bien de la biosfera, que incluye a los humanos, todos los países del mundo debieran adoptar enérgicas y radicales políticas de restauración de los bosques nativos y de los ecosistemas naturales en general.
Y, definitivamente, en el sector “forestal”, tal como sucede con muchos otros sectores, el tema de fondo es el de la demanda, del manejo por el lado de la demanda, muy similar a lo que ocurre con la electricidad. Rescatando el planteamiento del sector de las plantaciones, en el sentido que es mejor que muchos productos provengan de plantaciones que de bosques nativos, es, sin embargo, necesario subrayar que muchos productos madereros, particularmente la celulosa, y su derivado el papel, tal como la electricidad, no son fines en sí mismos, son medios para proveer servicios, por lo tanto, no debieran tener una connotación exclusivamente comercial, tal como sucede actualmente. Es decir, su producción no debiera estar planteada como un negocio que busca un crecimiento y lucro infinito, sino como un servicio público que tiene elevados costos ambientales, y esto no por moda o ideología, sino porque los impactos ecológicos negativos de su producción y procesamiento son demasiado severos.
El así llamado ‘sector forestal’, por lo tanto, debiera fomentar en los usuarios la cultura del uso apropiado de los productos de las plantaciones, en el cual el reciclaje juega un rol fundamental. Sin embargo, el reciclaje de cantidades fenomenales de papel, por ejemplo, termina ‘pisándose la cola’ en términos del consumo de energía y de contaminación, así es que siempre el tema de fondo son los límites de la producción y el consumo.
Y, justamente, para instalar estos límites, los indicadores que no se prestan a distorsiones ideológicas son los ambientales o ecológicos. Las ‘directrices operacionales’ de la biosfera no pueden ser burladas. O sea, sí se puede, y lo estamos haciendo en forma industriosa, pero las consecuencias son el desplome de la biosfera presente, afectando desde lo geológico, atmosférico y climático, a toda la comunidad biótica actual. Modulándola, cambiándola, en términos estrictos o cósmicos, ni para bien ni para mal.
En efecto, porque al final, lo que hemos llamado evolución es solo incesante cambio a lo largo de los tiempos. El torrente de la vida seguirá fluyendo y mutando, hagamos lo que hagamos nosotres les humanes. Mientras el sol alumbre benigno. El tema es eminentemente antropocéntrico. Lo que estamos logrando al ignorar las reglas del juego, con toda la incultura biosférica y la degradación ambiental, es que la humanidad -millones de millones de seres humanes- lo esté pasando muy mal, cada vez peor, al punto de entrar en un colapso sin retorno. Tan contraintuitivo y suicida como innecesario. Totalmente evitable.
En un complejo efecto espejo, así entonces tampoco asumiremos objetivamente los impactos negativos de las plantaciones -todo lo que éstas eliminan y degradan, y los riegos, como los incendios y plagas que instalan- y seguiremos ‘desarrollándonos’ como si no hubiera existido un estado ecosistémico previo que podríamos y necesitamos recuperar, sin darnos cuenta que crear un mañana viable exige de nuestra sabiduría hoy…
Si queremos una biosfera estable, con su clima regulado a niveles pre-industriales, sana, fértil, generosa, hospitalaria y acogedora, tenemos que atinar, y dedicarnos a cultivar una homeostasis biosférica que restaure las funciones ecológicas y servicios ambientales, al menos a niveles pre-industriales, para recuperar el bienestar de la humanidad.
Lo bello de esta orientación, es que necesariamente -¿paradójicamente?- nos lleva desde el antropocentrismo al biocentrismo, porque la única forma de lograr la sustentabilidad biosférica y el consiguiente bienestar de la humanidad, es protegiendo, restaurando y cultivando todos los ecosistemas, y toda la biodiversidad, fomentando su diversidad y complejidad. Esta es la directriz. Si no entendemos y acatamos este imperativo, puede que la humanidad se desvanezca como un sueño de nuestro sistema planetario, de la Vía Láctea, del Cosmos.
De vuelta a los bosques y las plantaciones, y usándoles como un señero ejemplo, necesitamos limitar la producción, demanda y consumo de los productos ‘maderables y no-maderables’ que les extraemos, en base a una estimación exhaustiva de la capacidad de carga de los ecosistemas degradados, considerando sus estados bioecológicos anteriores, su potencial productividad neta en biomasa y biodiversidad, factorizando las funciones ecológicas y servicios ambientales vitales que proveían y que pueden volver a proveer.
Pero, si no tenemos la mirada biosférica, ecológica, sistémica, histórica, seguiremos sin percibir ni evaluar correctamente y valorar apropiadamente las funciones ecológicas y las capacidades de carga de los ecosistemas y bio-regiones previo a su intervención. En un complejo efecto espejo, así entonces tampoco asumiremos objetivamente los impactos negativos de las plantaciones -todo lo que éstas eliminan y degradan, y los riegos, como los incendios y plagas que instalan- y seguiremos ‘desarrollándonos’ como si no hubiera existido un estado ecosistémico previo que podríamos y necesitamos recuperar, sin darnos cuenta que crear un mañana viable exige de nuestra sabiduría hoy… Al “desarrollarnos” como si no hubiera ni ayer ni mañana, en la práctica lo que estamos haciendo es destruir el presente.