Por Juan Pablo Orrego, ONG Ecosistemas
El 11 de noviembre se conmemoró por primera vez el Día Nacional de las áreas Protegidas en el calendario ambiental en nuestro país, lo que nos hace reflexionar ¿Por qué hay que proteger porciones, retazos, de nuestro territorio?.
Chile es un país largo (4.270 km continentales), mediano/pequeño (760.000 km2), y estrecho (150 km promedio), es una isla bioecológica alojada entre la Cordillera, el desierto, el fin austral del territorio y los hielos, y el Océano Pacífico. Relativamente baja biodiversidad, pero alto endemismo debido a nuestra condición insular.
¿Por qué “áreas protegidas”? ¿Por qué hay que proteger porciones de nuestro territorio? Claramente: para proteger ecosistemas, formaciones boscosas, especies terrestres y marinas, cuerpos de agua. Pero, ¿por qué todos estos necesitan protección? ¿Protegerlos de qué?
¿Cuál es el problema? Nuestro país está saturado/sobrecargado/degradado ecológicamente, con altos niveles de contaminación. Como todos los organismos de los cinco reinos somos el medio, conformamos colectivamente la naturaleza, esta degradación se extiende a todos los seres vivos con distintos efectos, incluyendo la extinción de especies. En nuestro caso, el impacto es muy notorio en la pérdida de calidad de vida para la mayor parte de la población, y graves y letales enfermedades físicas y mentales.
Todo lo anterior tiene indudablemente causas estructurales. La primera es el sistema económico imperante en Chile desde la llegada de los Europeos, lo que hoy se conoce apropiadamente como “extractivismo colonial”: la gran minería, con toda su cadena… prospecciones, rajos, piques, caminos, relaves, tortas, fuentes de electricidad, líneas de transmisión, extracciones masivas de agua, desaladoras; la pesca industrial; las plantaciones de pinos y eucaliptus y agroindustriales; la salmonicultura industrial.
Ahora mismo, el ‘establishment’ pretende profundizar este extractivismo con más mega minería, la explotación del litio, la producción de hidrógeno industrial de exportación, y la construcción de numerosas desaladoras en nuestras vapuleadas costas.
Duele mucho constatar el estado del litoral central de nuestro país. Hemos permitido que surja una suerte de condominio continuo que se extiende desde Santo Domingo hasta Papudo, y, entre medio, hemos instalado dos mega puertos, y complejos industriales de terror entre Concón, Puchuncaví, Ventanas y Quintero… En Isla Negra, la autoridad permitió la comercialización de sus arenas, y en vez de gruesas playas de arenas doradas salpicadas de ágatas -incluyendo la que estaba frente a la casa de Neruda- hoy solo se erigen rocas de granito, y en vez de la Laguna de Córdoba hay una nueva pequeña bahía marina provocada 100% por la mano humana, que al extraer en forma masiva las arenas de la ex-playa de las Ágatas, destruyó la barrera natural que permitía la existencia de una laguna y humedal pletóricos de vida en la desembocadura del Estero de Córdoba. Pejerreyes, carpas, garzas, ranas gigantes, coipos…todo en retirada. Esto se llama cero protección y destrucción de un ecosistema costero excepcional! Desafortunadamente, soy testigo directo de todo esto!!
Este modelo económico heredado de la Colonia es insustentable social y ecológicamente, y se nota demasiado. En el pasado, a costa de todo, ha entregado una dolorosa renta, que, además, se ha concentrado en las manos de una minoría, pero es insostenible en el tiempo. Esto es lo que estamos viviendo, experimentando actualmente. Una crisis socio-ecológica extendida por el territorio provocada por nosotros.
Necesitamos transitar a una fase terciaria realmente “productiva”: servicios, intangibles, conocimientos, inteligencia, cultura, ¡educación…educación…educación!, innovación tecnológica, producción de ‘software’ vs ‘hardware’.
Para proteger nuestro territorio -aire y agua, ecosistemas y biodiversidad, belleza, salud y felicidad- necesitamos pensar y germinar una revolución cultural y espiritual. Aprender a vivir y sustentarnos en un territorio en proceso de sanación, de regeneración y restauración, que tiene como horizonte lejano los estados originarios de ecosistemas y regiones. ¡Se puede!
Todo empieza con el conocimiento, la conciencia, la cultura, con acatar las directrices operacionales de la biosfera y valores comunitarios básicos, fundamentales: equidad, horizontalidad socioeconómica, distribución justa de los bienes naturales comunes, e ingresos del país.