Por Juan Pablo Orrego, presidente de Ecosistemas, Consejero Amigos de los Parques.
Fuente El Llanquihue
En la Tierra la vida surgió hace 3.800 millones de años y durante los siguientes 2 mil millones sólo vivieron bacterias que crearon las condiciones para el desarrollo de formas de vida más complejas. Hoy distinguimos cinco reinos: bacterias, protoctistas, hongos, plantas y animales. Entre los animales, nosotros, los humanos. Los cinco reinos están entreverados, y el proceso evolutivo y las innovaciones se dan producto de la cooperación y la simbiosis. No la competencia sino la interacción e interdependencia. Las bacterias le ponen el piso a la vida, al establecer las bases químicas y estructurales para ella. Las mitocondrias en nuestro cuerpo, que nos abastecen de energía, son descendientes de las cianobacterias. Cientos de cepas de bacterias en nuestros intestinos nos permiten digerir esa empanada y ese vaso de vino tinto. Entender nuestro lugar en el planeta desde esta historia natural es un cambio de paradigma. Pero en las urbes estamos desconectados de la naturaleza, lo que nos desconecta de nosotros mismos. Necesitamos urgentemente abrir nuestros sentidos a lo que realmente somos. Cerrar los ojos, respirar, sentir y visualizar nuestra pertenencia al flujo recursivo de la materia, la energía y la información de la biósfera. La biósfera es realmente nuestro cuerpo extendido. Si descubrimos nuestra identidad con las bacterias, con los misteriosos hongos, las plantas y los animales, debiera cambiar nuestra manera de comportarnos. Pertenecemos a la comunidad biosférica que bulle en todo rincón. Esto podemos experimentar hoy en los parques nacionales, refugios de biodiversidad y naturalidad. Ahí podemos volver a sentir nuestro lugar en la biósfera, respirando aire puro, contemplando belleza, escuchando el impetuoso rumor de aguas libres. Ahí podemos modular nuestra relación con otras especies, sentirnos alerce, puma, huemul y cóndor, sentirnos liquen, flor y abeja, y que ellas nos sientan pacíficos y respetuosos. La naturaleza invita a vivir esta bioecología, que han practicado antiguos pueblos arraigados. Nos invita a despertar a un ser que empatiza activa y conscientemente con toda la creación. ¡En un mundo ideal los parques no serían necesarios!