Con el apoyo económico de la Fundación para la Innovación Agraria y el Gobierno Regional de Aysén, durante dos años transformarán un terreno a orillas del lago General Carrera, en Aysén, en un vergel de hortalizas de calidad, para la demanda local y del creciente turismo.
En algún momento se llegó a pensar que el área del lago General Carrera, con un reconocido microclima templado seco estival mucho más benigno para los cultivos al compararse con el resto de Aysén, podría transformarse en el austral vergel de la Patagonia.
Mal que mal el lago más extenso de Chile y segundo de Sudamérica efectos tiene en las temperaturas circundantes. Incluso Puerto Ibáñez ostentó durante un breve tiempo tal galardón, que quedó en el camino como tantos derroteros en este Aysén donde el que se apura pierde el tiempo.
Fue así que pasaron los años y el déficit en el consumo de hortalizas frescas en la región austral sigue presente. Los últimos datos sobre su cultivo local son del VII Censo Nacional Agropecuario y Forestal de 2007, en que se identificaron 156 hectáreas de superficie destinada a la actividad (más 133 hectáreas de huertos caseros), en contraste con las 96 mil del resto del país. Paradójico considerando que es una de las regiones más extensas de Chile y que “por las condiciones agroecológicas, presenta alta potencialidad en el rubro hortícola, ya que se inserta en un ambiente con poca contaminación, sin gran presión por agentes fitopatógenos, lo que permite producir hortalizas sanas, de calidad y con mínima carga de pesticidas” apunta un informe de 2016 de la Fundación para la Innovación Agraria (FIA).
Actualmente “las principales especies al aire libre son zanahorias, habas y arvejas verdes. Mientras que en invernadero son lechuga, cilantro, acelga y pepino de ensaladas” consigna el mismo documento, concentrándose esencialmente en las comunas de Coyhaique, Puerto Aysén, Río Ibáñez, Cochrane y Chile Chico.
Con estos datos en mente, dos jóvenes profesionales de la Universidad Católica de Valparaíso decidieron impulsar en Aysén un innovador proyecto anclado en el conocimiento de la naturaleza y sus ciclos, la tradición agrícola, y técnicas de producción regenerativas. Es la agricultura biointensiva.Sin embargo, la producción local solo suple un 20% de la demanda regional, proviniendo el 80% restante del norte, con la consiguiente pérdida en términos de frescura, condiciones orgánicas, costo económico y huella de carbono. Ya en esa época la Encuesta de Salud y Calidad de Vida aplicada a la población regional consignaba que “el 36% asegura consumir frutas y verdura todos los días, cifra muy inferior al 53% que arroja el promedio nacional”.
Produciendo con la naturaleza
Los agrónomos Francisco Vio (31) y Javier Soler (34) no se están lanzando al vacío. Sus conocimientos y aprendizajes a través de la experiencia y el diálogo con quienes durante décadas de trabajo con y para la tierra han producido hortalizas en Aysén, ya los habían puesto en práctica. Fueron quienes levantaron y consolidaron la huerta de Valle Chacabuco (a 30 kilómetros de Cochrane), terrenos recientemente donados por el matrimonio Tompkins-McDivitt al Estado de Chile para constituir el futuro Parque Patagonia, el corazón de la Red de Parques de la Patagonia.
“Fue un doble desafío, ya que además de adaptar el huerto al clima del Valle Chacabuco, tomamos la forma tradicional de cultivar hortalizas y la llevamos a otro nivel de productividad y eficiencia”, explica Francisco sobre sus 4 años en la agreste zona. Fue en este período que Javier, su ex compañero de universidad, se incorporó al proyecto y aportó, además del trabajo en terreno, el sistema de planificación y calendarización de los cultivos.
El clima en la zona de Valle Chacabuco es de tipo estepárico frío y representaba un desafío interesante. En el sector no hay meses sin heladas, el viento seco perjudica el crecimiento normal de las hortalizas, y al ser un ambiente montañoso la temporada es al menos dos meses más corta que en Puerto Guadal o Cochrane mismo.
Pero a pesar de esta realidad, las cifras de ese período son realmente positivas. “El primer año cosechamos 2.100 kilos en 700 metros cuadrados productivos, con más de 30 tipos de cultivo. Cuando nos fuimos de la huerta, en 2017 y después de terminada la tercera temporada, aumentamos ese número a 3.700 kilos” recuerda Javier sobre los resultados del proceso.
“Creación de una huerta piloto demostrativa y educativa del método biointensivo de producción de hortalizas para pequeños y medianos agricultores de la región de Aysén” es el nombre oficial. “Huerto Cuatro Estaciones” el de fantasía, que ya están haciendo realidad.Y lo mejor de todo: sin pesticidas, químicos e inspirándose en la naturaleza. Lechugas, acelgas, cilantro, rabanitos, kale, mache (hierba canónigo), tomates cherry, pepinos, zapallitos italianos, hierbas aromáticas y culinarias, zanahorias, betarragas, ajos, cebolla picklera, cebolla roja, centeno, mix de hojas baby y un surtido de flores de uso culinario y de corte, fueron parte de la producción de las distintas temporadas, experiencia que hoy buscan replicar en las cercanías de Puerto Guadal gracias al proyecto que la Fundación para la Innovación Agraria (FIA) y el Gobierno Regional de Aysén aprobaron para ser ejecutado en dos años y con un aporte público de 74 millones de pesos, más la contraparte en trabajo e infraestructura ya instalada en el lugar.
El día a día
Un día de invierno de 2018 Javier, junto a su compañera Camila Gratacós (30, diseñadora industrial que forma parte del proyecto en el área comercialización y socialización), llegó a vivir a Bahía Catalina, en el sector tradicionalmente conocido La Península. El lugar donde vive actualmente Miriam Chible junto a su pareja (el autor de este artículo), donde en sintonía con sus hijos impulsan un proyecto agroturístico enfocado en una mirada del rubro que privilegie la calidad de vida de las personas que viven en el territorio, siempre en armonía con los ecosistemas.
“Esta península ha sido siempre reconocida por los habitantes de Puerto Guadal y los alrededores como un lugar excepcional para la producción de alimentos, no solo por su microclima especial al estar en un sector bien protegido sino además por su belleza. Y cultivar la tierra, cuidándola y llenándola de vida, es algo esencial y a la vez hermoso” señala Miriam, recordando que sus anteriores dueños, la familia Beroíza Vogt, produjeron hortalizas, frutales y tuvieron animales en el sector.
A fines de agosto se incorporó Francisco. Su novia, la arquitecto María Jesús May (30), llegará en diciembre.
Estas semanas han sido de preparación. Del suelo, infraestructura, suministro de agua. Comprar guano a pobladores de los alrededores, fardos de pasto, generar compost, compartir el proyecto a los socios de la Asociación Gremial Campesina de Puerto Guadal (asociada a la iniciativa como beneficiaria), participar en las actividades comunitarias locales como la EcoFeria Fest de este año. Y recibir a todos quienes quieran ver cómo un sueño se convierte en realidad. En ello, han implementado un sistema acotado de aprendices, que durante un período específico trabajan en las tareas del huerto, cuentan con alojamiento y alimentación. En la temporada 2018-2019 se contemplaron una serie de becas para aiseninos y chilenos.
El método biointensivo ve el suelo como un organismo vivo, que naturalmente fértil entrega todo lo que la planta necesita en términos nutricionales y de salud. Aplicando compost regularmente, rotando cultivos, manteniendo una alta diversidad en el huerto y cultivando abonos verdes, el suelo se va fertilizando sin necesidad de químicos. “Sobre esta base buscamos ser más eficientes en todas las labores que involucren cultivar alimento, desde la preparación del suelo, el riego, los deshierbes y la cosecha, usando herramientas diseñadas específicamente para esta forma de cultivar. Esto nos permite ser mucho más productivos en kilos por metro cuadrado, y así podemos competir con los precios de las hortalizas que vienen del norte, cultivando productos de alta calidad, sin el uso de venenos ni fertilizantes sintéticos. Es alimento real, natural y necesario” explica Francisco sobre la principal característica de este tipo de producción.Serán más de dos mil metros cuadrados cultivables en un paño de media hectárea de producción biointensiva, aprovechando técnicas que hacen más eficiente y menos engorroso el trabajo diario de desmalezamiento. Con herramientas ergonómicas como azadas, sembradoras de precisión, cosechadora, optimización del uso del suelo e incorporación de saberes tradicionales locales. Muchas de ellas guiadas por el sencillo sentido común y la observación de los procesos y ciclos de la naturaleza.
El proyecto está destinado a ser un modelo de producción en sí mismo, que permita además suplir de hortalizas locales frescas la demanda endógena y la de los visitantes de Aysén principalmente en la temporada alta de turismo. Mal que mal, este sector crece a un 10 % anual en Aysén y si hay algo que toda la gente hace es precisamente comer. Y si es sano y local, mucho mejor.
Pero eso no es todo. La iniciativa también está anclada a la idea de aportar a la responsabilidad ecosistémica (baste medir la huella de carbono de una lechuga que llega de La Serena, una rúcula de Lampa), la soberanía alimentaria, el desarrollo económico local y la acción comunitaria como puntal del emprendimiento privado. Y, en días de cambio climático, una forma de modificar la tendencia: mientras mayor es la capacidad orgánica de los suelos, mayor su aptitud para retener carbono de la atmósfera.
Para ello han considerado talleres y jornadas que les permitan compartir sus aprendizajes y conocimientos con los campesinos de la zona sur de la cuenca y ver mecanismos para que, mediante una figura cooperativa, aportar a la comercialización de las hortalizas de otros productores locales. Todo esto, en el intento de aportar por la vía agrícola a revertir la constante emigración campo-ciudad, colaborando con herramientas para el fortalecimiento de la ruralidad.
En esta visión general han contado con la colaboración de la Corporación Privada para el Desarrollo de Aysén, también asociados al proyecto y que hace 15 años impulsó el proyecto Sabores de Aysén (también financiado por el FIA) para incentivar la producción local de calidad.
Históricamente, la horticultura en Aysén ha sido la hermana pobre del sector silvoagropecuario. Lo forestal y ganadero ovino y bovino han sido los bastiones, sectores hacia los cuales se enfocan prioritariamente gran parte de las organizaciones campesinas locales y regionales. Más aún, saber de cultivar la tierra para hortalizas pareciera, incluso, no ser un trabajo de hombres sino solo para mujeres.
Pero algo está cambiando, gracias al apoyo del FIA del Ministerio de Agricultura. Iniciativas innovadoras intentan dar un giro necesario al mundo rural. Uno que aporte a nuevas prácticas de producción agrícola, donde más que usar la tierra solo como una despensa se puedan incorporar prácticas de producción que a la vez regeneren el suelo, y a través suyo el ecosistema. Ecosistema que, en el fondo, es la partitura donde se compone la armoniosa sinfonía que es la existencia, la nuestra y de las otras especies.
Por: Patricio Segura