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ONGD y movimientos sociales, un encuentro necesario… ¿y posible?

Pedro Ramiro
Coordinador del Observatorio de Multinacionales en América Latina (OMAL) – Paz con Dignidad e integrante del Consejo de Defensa de la Patagonia (CDP)

get_imgAnte los cambios estructurales que se están dando en la agenda oficial de la cooperación internacional y en medio de un colapso socioeconómico global que se agrava por momentos, ¿qué quieren ser las ONGD? ¿Qué papel han de jugar en sus relaciones con el sector privado empresarial? Y, de cara a trabajar en la construcción de otros modelos de desarrollo, ¿qué relación quieren mantener con los movimientos sociales emancipadores?

La situación actual de la cooperación internacional responde a la lógica de reformas económicas, recortes sociales, eliminación de subvenciones públicas y desmantelamiento del Estado del Bienestar que siguen al estallido financiero de 2008. Por eso, en el marco de las contrarreformas estructurales que hoy estamos sufriendo, la cooperación no está teniendo un destino diferente al de las políticas relacionadas con la sanidad, el agua o la educación: la privatización y la mercantilización.

En realidad, no puede decirse que con el crash global se haya provocado un cambio de rumbo en la senda emprendida por los principales organismos y gobiernos que lideran el sistema de cooperación internacional, sino más bien que las tendencias apuntadas desde los años noventa se están reforzando de manera notable. Dicho de otro modo: la evolución de la agenda oficial de la cooperación internacional, que ha venido produciéndose a lo largo de las dos últimas décadas, se ha visto acelerada con el estallido de la crisis financiera.

Como hemos descrito en el libro que se presenta este jueves en Madrid, la agenda oficial de cooperación se ha reformulado sobre la base de cuatro ejes centrales: la repriorización del crecimiento económico como estrategia hegemónica de lucha contra la pobreza; la participación del sector privado como agente de desarrollo en el diseño y la ejecución de las políticas y estrategias de cooperación; la reducción de los ámbitos prioritarios de intervención de los Estados a las necesidades sociales básicas y los sectores poco conflictivos; y, por último, la limitada participación y relevancia de las organizaciones de la sociedad civil dentro de las políticas de cooperación internacional.

En esta visión hegemónica, la gran empresa, el crecimiento económico y las fuerzas del mercado se articulan como los pilares básicos sobre los que han de sustentarse las actividades socioeconómicas de cara a combatir la pobreza. Con ello, se está tratando de gestionar y rentabilizar la pobreza de acuerdo a los criterios del mercado: beneficio, rentabilidad, retorno de la inversión. Es la pobreza 2.0, uno de los negocios en auge del siglo XXI ante la creciente globalización de la pobreza.

Con todo ello, las prioridades estratégicas y los lineamientos fundamentales de la cooperación internacional van progresivamente quedando subordinados a la lógica del mercado y del crecimiento económico, así como a uno de los agentes de la modernidad capitalista que han logrado acumular un mayor poder: las empresas transnacionales.

En todo este contexto, las organizaciones de la sociedad civil han ido perdiendo peso en cuanto a su participación en las dinámicas de la cooperación internacional. De esta forma, la participación de la ciudadanía organizada a través de las ONGD y los movimientos sociales se ha ido viendo progresivamente reducida y limitada, teniendo que circunscribirse al estrecho margen establecido por las nuevas tendencias que parecen imponerse. Las alianzas público-privadas, los negocios inclusivos y los proyectos para el fomento del tejido económico y empresarial aparecen así, dentro de los lineamientos fundamentales de la agenda oficial de cooperación, como las vías principales para el establecimiento de relaciones entre el sector privado y las organizaciones de la sociedad civil.

Acuciadas por la falta de financiación y por la pérdida de influencia política y reconocimiento social, muchas ONGD han decidido seguir esta última línea, apostando por establecer colaboraciones permanentes con el sector privado para garantizar su propia supervivencia. No obstante, los riesgos que asumen las ONGD y organizaciones que optan por emprender alianzas estratégicas de este tipo son notables, porque resulta muy difícil que, en estos casos, puedan hacerse compatibles la defensa de lógicas emancipatorias y la colaboración con las mismas empresas que imposibilitan su consecución.

Al fin y al cabo, lo que se está proponiendo es una actuación conjunta entre instituciones gubernamentales y grandes empresas, en la que se pide a las organizaciones sociales que cumplan un rol subalterno. Lejos quedan aquellas referencias del PNUD en 1993 acerca de las “organizaciones populares y no gubernamentales como instrumentos de participación popular”; en estos momentos, las instituciones encargadas de dirigir la agenda oficial de la cooperación consideran que el rol de las ONGD ha de limitarse, fundamentalmente, a contribuir al crecimiento económico, fomentar el tejido empresarial, promover la inclusión en el mercado e intervenir en aquellos ámbitos que no resulten conflictivos con el modelo dominante.

En este contexto, caracterizado por la limitada relevancia de la sociedad civil organizada en la definición y en la práctica de la cooperación internacional, las ONGD ven cómo su participación va quedando reducida a la mínima expresión, mientras los movimientos sociales emancipadores, al mismo tiempo, difícilmente encuentran su lugar en una lógica como la de la cooperación, a la que en buena medida son ajenos. Como dice Gonzalo Fernández, “no sólo se trata de que los movimientos sociales no tengan cabida en estas dinámicas regresivas, alejadas de su identidad y prácticas, sino que también las ONGD pierden relevancia, no tanto como ejecutoras de iniciativas, pero sí como entidades que inciden en las decisiones, frente a los Estados y las empresas”.

En el marco de la crisis, las contrarreformas y los recortes, si se quiere ejercer la práctica de la cooperación desde el principio de la solidaridad y en línea con los horizontes emancipadores imprescindibles para avanzar hacia la superación de la crisis civilizatoria que hoy vivimos, eso debería ir acompañado de una reflexión crítica de todos los elementos que componen la agenda de cooperación, pero también de una reflexión autocrítica acerca de los valores y la visión que habrían de tener las ONGD, como agentes fundamentales de la cooperación, para los años venideros.

Ante este panorama, las perspectivas para estrechar los lazos y el trabajo entre las ONGD y los movimientos sociales emancipadores, que ya eran poco propicias, se vuelven todavía más desfavorables. En todo caso, aún existe un cierto margen de incidencia para las organizaciones que apostamos por la transformación social y por la construcción de otros modelos de desarrollo. Y no podemos hacer otra cosa que aprovecharlo, para darle la vuelta y construir agendas de cooperación alternativasque sirvan para avanzar hacia otros horizontes emancipatorios.