El Mercurio. 04.07.13. Los últimos estudios revelan que los chilenos no saben leer bien. Pero la aptitud lectora que más está en crisis hoy es la de quienes debieran ser los hermeneutas o intérpretes de ese libro abierto que es la realidad social y política del país.
Hace tiempo que esos lectores andan a ciegas, que no ven ni leen nada de lo verdaderamente relevante y significativo. Ese analfabetismo puede tener consecuencias fatales para el país. Sorprende ver el abismo que se abre entre los mediadores o intermediarios (políticos, periodistas, opinólogos de todo tipo) y la realidad cotidiana que dicen representar o interpretar.
Como en el cuento de Andersen, unos son los que ven al emperador (el sistema político) caminando desnudo por las calles y vanagloriándose del traje hecho a medida por un sastre embaucador (el experto), y otros los aduladores de corte que aplauden zalameramente la belleza de un traje que no existe.
Ellos mismos fueron los que quedaron perplejos cuando cientos de miles de chilenos inundaron las calles para protestar por el estado de la educación. Nadie anticipó esa tormenta y, lo que es peor, nadie se hizo cargo de verdad de ella. Nuestras «Onemi» y «Shoa» de la alta política hicieron agua.
Si la lectura de los signos de los tiempos fue paupérrima, la interpretación de los datos a posteriori fue peor. Y eso porque nadie estudia nada a fondo, y no existen el coraje ni la capacidad para desenmascarar a los sastres del desastre, los que tienen al emperador paseándose en cueros y haciendo el ridículo ante el pueblo.
Nuestra élite no anticipó, por ejemplo, el alto abstencionismo en las pasadas elecciones municipales. Y tampoco previó que en las primarias iban a votar tres millones de chilenos, porque esa élite no tiene conexión ni sintonía con la realidad, esa que suele llamarse en estos días «la calle».
Y sorprende ver que los mismos «sacerdotes» electorales y políticos que se han equivocado impunemente una y otra vez sean de nuevo invitados a los paneles y programas de televisión a compartir su incompetencia a estas alturas flagrante.
El abismo entre los mapas mentales y el territorio es sideral hoy en Chile. Pero los intermediarios, los gurús, los operadores y los expertos no quieren soltar el micrófono ni el poder, y siguen tuiteando sus falacias. Se instalaron en sus cómodas sillas giratorias y dan vueltas alrededor de ellos mismos, y sus pares: son nuestra intelligentsia (inteligentonta, para usar un adjetivo de Nicanor Parra).
Yo decidí que la mejor manera para informarme sobre el país real es no escucharlos, taparse los oídos ante los cantos de esas pérfidas «sirenas». Las más confiables fuentes de información son hoy mis amigos taxistas y los ciudadanos de a pie y lo que se habla en las ferias libres. Ahí todavía impera el sentido común, y ese es el único oráculo que vale la pena todavía escuchar. Lo demás será buena sociología, politología o estadística, pero ya no es realidad. Por eso lo que importa hoy no es lo que los bufones y asesores le soplan al oído al rey en palacio ni las mentiras de los sastres inescrupulosos, sino lo que está pasando en los mundos paralelos, en los suburbios del poder, en los extramuros de la blindada ciudad amurallada de los intermediarios. ¿Tendremos que esperar que ocurra lo mismo que en Río de Janeiro, en Estambul y El Cairo para que aceptemos la indesmentible desnudez del emperador, o seguiremos haciéndonos indefinidamente cómplices de la mentira y la ceguera?
Es hora de dejar de mentirnos a nosotros mismos y atrevernos a pensar libremente y no replicar pasivamente la imagen del país hecha por las agencias de publicidad, algunos medios de comunicación y los comités centrales de los partidos. Hay que abrir las ventanas y decir a los cuatro vientos que el emperador anda desnudo por las calles, y quitarles de una vez por todas el piso a los irresponsables y mentirosos que insisten en alabar su traje inexistente.